miércoles, 17 de marzo de 2021

No soy el mismo de hace un año

 ¿Qué me sucedió en este año de pandemia mundial?

Jaime Castillo Cruz


En la dinámica de la vida cotidiana es difícil tener plena conciencia de uno mismo. Lo urgente, lo inmediato crea un velo sobre nuestra persona. Esa aparente necesidad de estar ocupado me mantenía alejado de momentos de reflexión y, por lo tanto, eludía cuestionar mi propia vida.

Pero 2020  fue un año distinto. Casi todo enero estuve enfermo, tanto que tres veces me cambiaron la medicación, porque tres veces el diagnóstico médico fue diferente. Febrero pareció ser de nuevo mi vida común; sin embargo, llegó marzo con las primeras señales de que algo extraño pasaba en el entorno de trabajo, en las calles y todos los lugares de la Ciudad de México.

 Llegó la orden para confinarse en casa, para aislarse socialmente, para implementar medidas extremas de higiene, incluso para ni siquiera tocar o abrazar a nuestros seres queridos; entonces sobrevino la desconfianza, el miedo, la incertidumbre.

De pronto había demasiado tiempo para reflexionar, pero la confusión mantuvo el velo sobre mi conciencia. En unos cuantos días nos dimos cuenta que no se terminaría pronto la nueva condición; con sorpresa me enteré de la extensión de las medidas para evitar contagiarse del virus que con demasiada rapidez comenzaba a cobrar vidas en naciones de Europa, después de haberlo hecho en China, su aparente país de origen.

Incertidumbre y confusión. ¿Cuánto tiempo estaríamos así, aislados del resto de nuestro mundo, de los espacios y la gente con la que convivimos y trabajamos? Ninguna respuesta cierta, por el contrario, sólo respuestas tentativas, tanto así que casi ya se cumple un año de confinamiento.

Antes de marzo de 2020, me creía fuerte a pesar de mis 58 años, me pensaba lucido, asertivo, inteligente, emocionalmente estable. ¡Sorpresa! Me descubrí vulnerable a pesar de la aparente seguridad, a pesar de tener trabajo y de ocuparme de mis responsabilidades, a pesar de contar con la cercanía de mi familia, de mi esposa e hijos. Y, entonces, la soledad fue mi compañera cotidiana. Incertidumbre y confusión, nada de conciencia.

Otro descubrimiento más... mi cuerpo ha resistido a la enfermedad y sobrellevado mis males físicos; pero, mi ser espiritual, mi ser emocional, no ha sido tan fuerte durante este tiempo (marzo de 2020 a marzo de 2021). ¡Duele descubrirme vulnerable! Sin embargo, también encontré la posibilidad de recibir ayuda, a partir de tener iniciativa para buscarla, después de un estallido de crisis. Sin ayuda es difícil sobrevivir.

El virus del COVID-19, el causante de esta pandemia mundial; los errores en la gestión de la pandemia en México; y las propias condiciones individuales de vida, ya pusieron muy cerca de mi la muerte de alguna colaboradora, la enfermedad de compañeros de trabajo por este virus tan ubicuo, la enfermedad de uno de mis hijos también. 2020 y el primer trimestre de 2021, representan un larguísimo tiempo de una lucha dialéctica entre la vida y la muerte, entre la esperanza de algo mejor y la dureza de una terca realidad sanitaria, económica, política, social, familiar.

Hoy todavía no termina la crisis sanitaria, ni lo que esta asociado. Hoy no soy el mismo de hace un año, no sólo por el paso del tiempo, sino por la enorme trascendencia de lo que viví, de lo que experimento ahora mismo. ¡Mi conciencia no es racional, mi conciencia -la de hoy- es emocional!

Ciudad de México, a 17 de marzo de 2021.

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